viernes, 8 de octubre de 2010

UN MUERTO CON RECURSOS

UN MUERTO CON RECURSOS

Por Alfredo Murillo

Pues nada, me acabaron enterrando vivo. Así están las cosas. Pero no les culpo, yo habría hecho lo mismo en su lugar. A una persona que yace inmóvil en tu casa y sin signos vitales, no la dejas en el cuarto de baño sustituyendo al “ambi pur”, la entierras lo más pronto posible tras las ceremonias y despedidas correspondientes. Todos nos preguntamos quienes acudirán a nuestro entierro, quienes llorarán, quienes fingirán estar llorando, y qué chistes se contarán. Por que se cuentan chistes, ¿eh? Yo me he reído un montón con los que se contaron en el mío. Bueno, me he reído para dentro, qué es lo que tiene la catalepsia, que no puedes mover ni un jodido músculo.

Cómo ya he dicho antes, no les culpo por enterrarme. Pero añadiría también que mentiría si dijese que no me jodió, ya que, conociéndome un poco, deberían haber esperado más tiempo. Era por todos conocido mi temor a la catalepsia. Había leído muchos artículos sobre el tema, auténticas historias de terror en las que las personas habían arañado la tapa del ataúd en un intento desesperado por salvar la vida. Con la grima que da eso de arañar madera no estaba dispuesto a que me ocurriese lo mismo. Por lo menos, mis familiares respetaron mi última voluntad. Enterrarme con los objetos de una lista que yo mismo había confeccionado por si acababa encontrándome en esta situación: un móvil de última generación con varias baterías cargadas para pedir ayuda al exterior, un hacha por si esa ayuda no llegaba y tenía que abrirme camino hasta la superficie, un par de botellas de dos litros de agua y un menú del McDonalds. Además, reincidí varias veces en que el menú fuese del McDonalds. ¿Por qué? Muy sencillo, esa comida puede aguantar hasta cuatro meses sin descomponerse, así que o me ayudaba a permanecer con vida, o me acababa dando el golpe de gracia. Era una apuesta peligrosa, pero algún riesgo debía correr. Qué luego le llaman a uno neurótico.

Tras permanecer enterrado e inmóvil durante lo que vendrán siendo unos tres días, por fin he vuelto en sí. Lo primero que he hecho ha sido dar un buen trago de agua y un muerdo a la hamburguesa. Pero no más de uno, que mi objetivo es salir de aquí con vida, recordad. Ahora tocaba encender el móvil y confiar en que tenga cobertura. Mmmm… Sólo una raya… bueno, menos es nada. Voy a intentarlo.

Aún lo estoy flipando. Nadie me ha cogido el teléfono. Daba tono pero no respondían. Y eso que tenía más de doscientos contactos, he llamado incluso al panadero de mi pueblo, pero nada. Ninguno ha contestado. Antes de perder los nervios, me he conectado a Internet para pedir ayuda en la página web de la policía. Vuelvo a flipar. No se qué historia de un virus, que si permanezcan encerrados en sus casas, que si la situación es muy grave… Entro en varias páginas webs de diarios, y en todas hay titulares que hacen referencia al fin del mundo: “Virus desconocido se propaga a gran velocidad por todo el planeta”, “La situación se vuelve insostenible, cada vez hay más infectados”, “El ejército bombardea ciudades con la esperanza de frenar la plaga” “¡Los muertos vuelven a la vida y se alimentan de los vivos!”.

¡Bombardeos! Y yo que pensaba que el ruido de anoche sería la verbena del barrio… Sigo navegando por Internet, y las últimas páginas actualizadas tienen fecha de ayer a medio día. ¡La catalepsia me ha salvado de perecer en un apocalipsis zombie! Y por lo que se, podría ser el único humano con vida del planeta… Y estoy bajo tierra, donde tendrían que estar todos los que están caminando arriba. Cojo el hacha. Golpeo la tapa del ataúd. Mientras me arrastro entre la tierra que cae sobre mí cómo una cascada, pienso que es hora de que cada uno vuelva a su lugar. Yo arriba, y ellos abajo. Let´s Rock!

No hay comentarios: