martes, 19 de octubre de 2010

LA DIOSA DEL SOL

LA DIOSA DEL SOL

Por Alfredo Murillo

Esquivo las flechas a una velocidad imperceptible para el ojo humano. Cojo impulso y salto varios metros, desenvainando en el aire mi katana de Damasco forjada por el maestro Satoichi. Mi objetivo cae del caballo en varios trocitos. Tomo las riendas del animal y lo guío hacia el resto de jinetes. Cuando me encuentro suficiente cerca de uno de ellos, salto a su caballo y le propino otro golpe mortal. Las flechas continúan silbando cerca de mí, pero las ignoro y me dirijo al siguiente samurái acabando en décimas de segundo con su vida. Ante los ojos presos de pavor de mis enemigos, repito la misma operación hasta que acabo con todos ellos y me encuentro sola en el bosque rodeada de cadáveres mutilados. Ahora sólo queda limpiar mi arma en un lago cercano y…

- Rosa…

- Ahora soy Amaterasu, diosa del sol. ¡No rompas la magia!

- Amatera… Mira Rosa, no te lo tomes a mal, valoro que te metas tanto en el personaje pero… ¿Cómo coño vas a hacer todo eso?

- Con varias tiradas de destreza. Según mi hoja de personaje tengo un nivel de…

- ¡Te dije que no quería hojas! Esto es rol en vivo, tómatelo cómo un teatrillo en el bosque, cómo una obra a representar. Lo importante es que os relacionéis entre todos para lograr los objetivos. No puedes llegar tú sola pegando botes y acabar con un ejército entero en el primer turno.

- ¿Por qué no?

- ¡Joder, porque el resto también tendrá que participar digo yo! ¡Aparte de que lo que propones es imposible de interpretar, nadie puede hacer algo así! ¡Qué rompes todas las leyes de la física, hija!

- Pe… pero tengo una katana de Damasco forjada por Katoichi…

- ¡De gomaespuma! ¡De puta gomaespuma! Forjada por un asiático sí… ¡pero de unos doce años en un taller clandestino taiwanés!

- Pe… pero…

- Nada, no puedes fliparte tanto. Empezamos de nuevo.

¡Qué coñazo de máster! Le ha quitado toda la diversión al juego. Ahora en vez de luchar unos contra otros, nos dedicamos a hablar. Bueno, se dedican a hablar, yo hace tiempo que he dejado de escuchar y me he puesto a juguetear con mi pelo. El pelo mola. Puedes enrollarlo y hacer que parezca más corto, o por el contrario, estirarlo para que parezca largo. Es fascinante.

- En mi opinión, debemos optar por esa estratagema. ¿Qué piensas tú, Amateratsu?

- Tirabuzón… Liso. Tirabuzón… Liso. Je, je, je…

- ¡Rosa, joder! ¡Céntrate!

- Es que… me aburro. Tanto hablar, tanto hablar… ¡Quiero acción! ¡Usar mis manos!

- Buf… Mira, tenemos que entrar en esta cueva, así que necesitaremos una antorcha. Haz fuego con estos palos…

- ¡Yuhuuuu!

Mi momento de felicidad es interrumpido por el sonido estridente de varios motores revolucionados que parecen competir por resultar más molesto que los demás. Entre los árboles aparecen tres motos conducidas por unos jóvenes en chándal que gritan frases inconexas y carentes de sentido. Su lenguaje es algo así cómo una mezca entre Yoda, el jedi chiquitillo de “Star Wars”, y las risas de las hienas de “El rey León”. No estoy segura, pero creo entenderles palabras cómo “Frikis”, “mierda”, “irse” o “primo”. El caso es que de pronto, sin venir a cuento, comienzan a tirarnos piedras con saña.

Esquivo las piedras a una velocidad imperceptible para el ojo humano. Cojo impulso y salto varios metros, con los palos de madera que me había proporcionado el máster Rubén. Mi objetivo cae de la moto con sus gafas de sol partidas en mil trocitos. Acelero la máquina y la dirijo hacia el resto de moteros. Cuando me encuentro suficiente cerca de uno de ellos, salto a su moto y le propino otro doloroso golpe. El que queda continúa lanzándome piedras, que pasan rozándome, pero las ignoro y me dirijo hacía él estrellando mi moto contra la suya. Mis enemigos, con los ojos presos de pavor, salen corriendo dejando atrás lo que queda de sus motocicletas. Ahora sólo queda limpiar mi arma en un lago cercano y…

viernes, 8 de octubre de 2010

UN MUERTO CON RECURSOS

UN MUERTO CON RECURSOS

Por Alfredo Murillo

Pues nada, me acabaron enterrando vivo. Así están las cosas. Pero no les culpo, yo habría hecho lo mismo en su lugar. A una persona que yace inmóvil en tu casa y sin signos vitales, no la dejas en el cuarto de baño sustituyendo al “ambi pur”, la entierras lo más pronto posible tras las ceremonias y despedidas correspondientes. Todos nos preguntamos quienes acudirán a nuestro entierro, quienes llorarán, quienes fingirán estar llorando, y qué chistes se contarán. Por que se cuentan chistes, ¿eh? Yo me he reído un montón con los que se contaron en el mío. Bueno, me he reído para dentro, qué es lo que tiene la catalepsia, que no puedes mover ni un jodido músculo.

Cómo ya he dicho antes, no les culpo por enterrarme. Pero añadiría también que mentiría si dijese que no me jodió, ya que, conociéndome un poco, deberían haber esperado más tiempo. Era por todos conocido mi temor a la catalepsia. Había leído muchos artículos sobre el tema, auténticas historias de terror en las que las personas habían arañado la tapa del ataúd en un intento desesperado por salvar la vida. Con la grima que da eso de arañar madera no estaba dispuesto a que me ocurriese lo mismo. Por lo menos, mis familiares respetaron mi última voluntad. Enterrarme con los objetos de una lista que yo mismo había confeccionado por si acababa encontrándome en esta situación: un móvil de última generación con varias baterías cargadas para pedir ayuda al exterior, un hacha por si esa ayuda no llegaba y tenía que abrirme camino hasta la superficie, un par de botellas de dos litros de agua y un menú del McDonalds. Además, reincidí varias veces en que el menú fuese del McDonalds. ¿Por qué? Muy sencillo, esa comida puede aguantar hasta cuatro meses sin descomponerse, así que o me ayudaba a permanecer con vida, o me acababa dando el golpe de gracia. Era una apuesta peligrosa, pero algún riesgo debía correr. Qué luego le llaman a uno neurótico.

Tras permanecer enterrado e inmóvil durante lo que vendrán siendo unos tres días, por fin he vuelto en sí. Lo primero que he hecho ha sido dar un buen trago de agua y un muerdo a la hamburguesa. Pero no más de uno, que mi objetivo es salir de aquí con vida, recordad. Ahora tocaba encender el móvil y confiar en que tenga cobertura. Mmmm… Sólo una raya… bueno, menos es nada. Voy a intentarlo.

Aún lo estoy flipando. Nadie me ha cogido el teléfono. Daba tono pero no respondían. Y eso que tenía más de doscientos contactos, he llamado incluso al panadero de mi pueblo, pero nada. Ninguno ha contestado. Antes de perder los nervios, me he conectado a Internet para pedir ayuda en la página web de la policía. Vuelvo a flipar. No se qué historia de un virus, que si permanezcan encerrados en sus casas, que si la situación es muy grave… Entro en varias páginas webs de diarios, y en todas hay titulares que hacen referencia al fin del mundo: “Virus desconocido se propaga a gran velocidad por todo el planeta”, “La situación se vuelve insostenible, cada vez hay más infectados”, “El ejército bombardea ciudades con la esperanza de frenar la plaga” “¡Los muertos vuelven a la vida y se alimentan de los vivos!”.

¡Bombardeos! Y yo que pensaba que el ruido de anoche sería la verbena del barrio… Sigo navegando por Internet, y las últimas páginas actualizadas tienen fecha de ayer a medio día. ¡La catalepsia me ha salvado de perecer en un apocalipsis zombie! Y por lo que se, podría ser el único humano con vida del planeta… Y estoy bajo tierra, donde tendrían que estar todos los que están caminando arriba. Cojo el hacha. Golpeo la tapa del ataúd. Mientras me arrastro entre la tierra que cae sobre mí cómo una cascada, pienso que es hora de que cada uno vuelva a su lugar. Yo arriba, y ellos abajo. Let´s Rock!